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Totentanz

Instalación

2025

Tras nuestra desaparición, todas las tecnologías serán vintage. Las diferencias culturales que les daban un status particular a dispositivos técnicos como las cámaras fotográficas análogas, las de cine casero con cartuchos de súper 8, las máquinas de escribir mecánicas, los libros y fanzines impresos y, por supuesto, los discos de vinilo y los tornamesas, perderán su aura particular y serán igualados por el CD, los teléfonos celulares, las colecciones de archivos musicales en formato mp3 de 128 bits, las fototecas digitales en jpg y todas las manifestaciones contemporáneas de los objetos multifuncionales y de los bancos de archivos producidos con ellos resultarán indistintamente preciosos y, a la vez, completamente inútiles. Sin la presencia humana sobre la tierra, todos nuestros artefactos y productos de la cultura servirán a nuevos propósitos y terminarán, poco a poco, absorbidos por la tierra con total indiferencia o con pasión inextinguible. Nuestras casas serán refugios para osos, mapaches, ratas, cucarachas, aves, reptiles variados, helechos, líquenes, musgos y malas hierbas. Nuestras bibliotecas serán el agujereado menú de los pececillos de plata (Lepisma saccharina) y de innombrables mohos y ácaros; de nuestros sistemas urbanos de alcantarillado y drenaje brotarán hermosos ramilletes de ortigas, dientes de león, mimosas y muchas otras plantas de las que se servirán incontables especies, restituyendo la cadena trófica quebrada por la pretensión hegemónica de dominación humana sobre el planeta y, poco a poco, todos y cada uno de los dispositivos que hoy nos permiten ver imágenes, consolidar nuestros recuerdos, disfrutar del sonido de infinitas músicas hechas en épocas variadas serán corroídos por el óxido, carcomidos por los bichos que se alimentan del plástico de los cables, anidados por abejas, petrificados por el polvo que se cuela por sus rendijas y, en definitiva, neutralizados para siempre.

 

Sin embargo, el plástico pervivirá, al menos por un milenio más. Un milenio que le dará al planeta el chance de ser visitado por otras civilizaciones, o de ver el súbito salto cognitivo de algunos primates, de pulpos o de mamíferos oceánicos que, quizás, encuentren el modo de hacer sonar esos discos negros de policloruro de vinilo. Mientras tanto, el mundo sonará por sí mismo, creando piezas de las que no seremos testigos, pero una música planetaria tendrá al fin tiempo y espacio para crecer y para entretejerse en hilos de complejidad y sutileza: el aullido de un lobo que hace trinar a los pájaros, chillar a las águilas y ulular a las lechuzas; los perros aullarán, los gatos, sigilosos bufarán y los grillos crepitarán con potencia en las noches junto al croar multiforme de las ranas y al sibilar de las serpientes. El mundo, ante nuestro silencio, interpretará la ópera épica de su propio transcurrir.

 

En un pequeño reducto del mundo, dispuestos en la vitrina de una fábrica de discos, los tornamesas sin música de Daniela Vargas Victoria seguirán sonando a intervalos regulares, produciendo el sonido mecánico de su propio funcionamiento, como cuerpos que siguen respirando a la espera de algo, como girasoles muertos que no desisten en el intento de perseguir al sol mientras les llega el tiempo de ser tragados por la maleza. Allí, amplificados por espejos que los proyectan hacia el infinito, resonarán de forma apenas audible, girando en la placidez de su encierro que es, a la vez, una forma de proyección sin término y una invocación a lo que está siempre más allá. La triada de madre, hija y espíritu representa la posibilidad de florecimiento de aquello que sigue girando, aún en cautiverio, aún en medio del murmullo de un mecanismo esclavo de los tiempos programados por un interruptor, aún si su falso florecimiento de plástico derretido parecería seguir señalando la división que la hegemonía del relato colonial convirtió en verdad a la fuerza, perpetuando la idea de que una cosa es la physis y otra distinta la techné, de que naturaleza y cultura se oponen, de que el salvaje vive de lo que le es dado por la tierra mientras que el hombre de cultura obliga a la tierra a entregar lo que le sea reclamado. Tal división es, por supuesto, falsa, perversa y estratégica para perpetuar los sistemas coloniales de explotación que han llevado a la vida humana sobre en el planeta a verse la cara en el espejo inminente de la extinción. Habitando esa ambigüedad, como un hechizo, este dispositivo mágico sigue girando acompasadamente, sabiendo que, tarde o temprano, será alcanzado por las llamas, como suele ocurrirles a las brujas y a sus artificios. Al final, poco a poco, o de repente, el sistema que sostiene el florecimiento giratorio de esas tres flores de pvc se parará, se oxidará o será arrasado por las fuerzas naturales, pero, mientras le sea posible, sostendrá la danza circular de su vida alimentada por la corriente eléctrica, y dará vueltas en silencio hasta ser consumida por el fuego en esta noche del final de nuestros tiempos.

 

In girum imus nocte et consumimur igni

Víctor Albarracín llanos

 © Daniela Vargas 

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